Aquella mañana Inés comenzaba su día como cualquier otro, preparaba el desayuno de los niños, mientras se despedía de su esposo que se marchaba al trabajo con un beso tierno; sin embargo aquel día era diferente a otros, pues viviría 15 minutos que quizás la llevarían a la muerte.
Era evidente que Inés no sabía lo que sucedería; ella, por su parte, estaba un tanto contenta, ya que por fin había llegado la fecha de su consulta y podría contarle al doctor aquello que le aquejaba estas últimas semanas y así el doctor, como su salvador, pudiera aliviarla. Después de llevar a los niños a la escuela, Inés se dispuso a ir camino al hospital pensando en todo aquello que le diría al doctor, todas aquellas molestias que sentía, pero sobre todo, esperaba un médico amable y dispuesto a escucharla, muy atinado, que le ofreciera el mejor diagnóstico y el tratamiento más certero para recuperarse lo más pronto posible,
1 hora 45 minutos transcurrieron en una banca incomoda y fría en donde Inés esperaba pacientemente, aunque en el fondo, se sentía ansiosa y expectante. Al escuchar "paciente de la ficha número 27", había llegado por fin su turno, se levantó de su asiento y entró al consultorio número 9, como se lo había indicado una doctora muy joven.